Según un estudio publicado hoy en la revista PLoS ONE, las aves son capaces de ver -literalmente- el campo magnético terrestre y usarlo para orientarse en sus vuelos de una punta a otra del planeta.
El secreto está en los criptocromos, unos fotorreceptores que, según una investigación franco-alemana realizada en 2006, son sensibles a la luz azul y participan en procesos vinculados al ritmo circadiano –del día y la noche-. Ahora, el nuevo estudio aparecido en PLoS ONE sitúa esos citocromos en la retina y en un grupo de neuronas de la zona anterior del cerebro (Clúster N). Ambas regiones, dicen los investigadores, están conectadas a través del tálamo, formando un sofisticado circuito cerebral que visualiza y procesa la información de la brújula magnética en estas aves.
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